Entrada escrita por Fon para Blogaritmo Neperiano. ¿Quieres escribir? Dínoslo aquí.
A veces no nos damos cuenta de lo que el ambiente, la sociedad, o esos dos filósofos influyentes nos determinan en el modo de pensar. Parece que hay algo en el aire un gas invisible que nos transforma. Una luna para hombres-lobo que nos convierte, sin decisión de nuestra voluntad, en autómatas. Es irónico que esto ocurra en una sociedad que magnifica la libertad, por encima de su verdadera importancia. Hasta el punto de que la verdad es menos importante, ha de adaptarse a las exigencias de la libertad, que manda. El engaño es que la libertad sin verdad, no es más que libertinaje. Es una libertad que se hace más grande que el Ser humano, un monstruo que lo engulle. Una libertad que quiere ser ilimitada como la de un dios, y no la de un ser humano que es siempre limitada. Esta concepción de la libertad desprecia, además, a la razón. Es la libertad del impulso, no más profundo que un eczema. Es la libertad bisceral, pasional; como si eso primero que nos aflora fuera la manifestación más genuina de nuestra voluntad.
La corriente filosófica de la que bebe nuestra sociedad hoy día es básicamente el nihilismo. Lo que decía Nietzsche, conocido por todos y máximo representante de esta corriente, era que habia que vivir el devenir, lo que la vida quisiera traernos. El filósofo alemán decía que tenemos que hacernos como niños que juegan. Encarar la vida como un juego, donde en cada instante «el niño» hace lo que desea, por encima del bien y del mal. Consideraba cualquier norma como represión, cualquier cosa no genuina, exógena, que no viniera del individuo mismo. Este modo de entender la libertad supone que no hay verdad, no una verdad universal desde luego. Podemos hablar como mucho de una verdad de un individuo en un momento determinado, es el relativismo más extremo.
Bajo esta perpectiva de la existencia, el individuo después de matar a Dios en su interior puede hacer lo que quiera. No hay ya bien o mal, todo se reduce a mera opinión, y a lo que le apetezca. Por tanto, si mi opinión es favorable a matar a mi vecino puedo matar a mi vecino porque esa es mi opinión y es suficiente para que esté «bien». En esta línea, hoy en día la gente transige con todo tipo de pensamientos repugnantes, sólo por el hecho de ser una opinión. Para el nihilismo y el relativismo las opiniones son maravillosas y han de ser respetadas siempre. Sin embargo la realidad es que las opiniones pueden ser nefastas y no hay porque respetarlas. Es fácil mostrar esto: «Los bereberes no merecen vivir…» podría decir alguien. Ante eso, hay que respetar a la persona, pero no relativizar las opiniones. Hacer esto último destruye la verdad universal, con la que desea acabar el nihilismo. Y es lo que domina en la actualidad. Sería igual de válida la opinión de un astrónomo sobre astronomía que la de un poeta sobre astronomía.
Este nihilismo se manifiesta hasta en nuestra habla, cualquiera es tachado de dogmático si cree que lo que piensa es verdad. ¿Hay alguien que piensa que lo que él mismo piensa es mentira…? Sería un principio de esquizofrenia. Y cuando uno opina una cosa determinada, siempre ha de acabar con la muletilla del «…bueno, pero acepto todas las opiniones.» Como pidiendo perdón. Una cosa es respetar a los demás y su libertad, y otra muy distinta es dinamitar el propio criterio y la verdad misma con un «Todo vale, chico…»
Visto el nihilismo y su destrucción de toda verdad, el individuo sin rumbo, pierde por completo el norte. El ser humano ya no tiene referencias de verdad, ni distinción entre bien y mal. Con esto sólo queda hacer cada uno lo que le apetece en cada momento, sin importarle los demás. Esto hace al ser humano ir como una veleta sin rumbo, sin la brújula de la razón que ha de buscar la verdad. Es lo que nos muestra cada día la televisión. No seguir los impulsos es de reprimidos, y así el padre de familia que cuida de sus hijos y sigue con su mujer es un pringado, en cambio el que le pone los cuernos es un capitán. Pero el problema de pensar con los órganos sexuales es que no hace feliz a la persona, que se queda sola. ¿Qué mujer querrá a un tipo así?
Esta libertad como instante, o instanteismo, se olvida de la libertad como proyecto, como compromiso. Un hombre sin metas es un hombre gris, un hombre que no sabe comprometerse es un egoísta. Un hombre nihilista es un infeliz, porque está atado a sus propios instintos animales. Sin embargo un tipo que te dice de ir a jugar al tenis el sábado por la mañana y luego aparece, es un tío que es capaz de vencer su pereza para cumplir con su palabra. Y este tío será más feliz si extiende esto a otros ámbitos más importantes de la vida, porque habrá conseguido vencerse y pensar en alguien más allá de su culo. Ese tío es más libre que el que se guía por el “como me he levantado hoy”. Ése, el nihilista, el niño, aún seguiría en la cama… llagado, deprimido y esquizofrénico. Atado a su instante.
Escrito por Fon, visita su blog en http://rococolofon.blogspot.com (literatura, pensamiento y otros poemas)